Una
pregunta provocadora que en muchas ocasiones se ha afirmado con total
convencimiento. Una frase que se ha podido escuchar más de lo que se quisiera,
intentando describir cómo el hombre vive y disfruta de su sexualidad. Se podría
decir de forma más exacta que no todos los hombres piensan con el pene, pero sí
que muchos hombres solo utilizan el pene como la zona erógena exclusiva para
obtener placer de otra persona o de sí mismo.
La
focalización sensorial limita el placer sexual. El placer se reduce a unos
simples centímetros olvidando toda nuestra piel, el órgano sexual más grande de
nuestro cuerpo, nada más y nada menos que dos metros cuadrados de terminaciones
nerviosas y zonas placenteras que muchos hombres ni siquiera se han planteado en
descubrir: los pezones, la oreja, el ano, el cuello, el perineo, etc.
¿Cuál
es la preocupación de muchos hombres a nivel sexual? Pues que su pene funcione
y pueda satisfacer a la otra persona. “Mi pene es el símbolo de mi virilidad, de
mi potencia sexual, de mi fuerza como hombre y solo espero que nunca me falle
porque fallaré como hombre” La globalidad de la persona se valora en función del
pene. ¿Los hombres son penes? ¿los hombres son penes con piernas, manos, ojos,
corazón, celebro, emociones, valores, actitudes,…? ¿O somos personas que
tenemos un pene además de otros muchos aspectos?
Y no
solo es importante para estos hombres que su pene funcione sino que su pene sea
grande y que rinda como una máquina de placer, con mucha gasolina para evitar
llegar al orgasmo antes de lo esperado. Algún día, quizás, empezaremos a
preocuparnos por el tamaño y funcionamiento de nuestras neuronas y nuestro
cerebro, por cuidarlo y entrenarlo.
Cuando
el pene falla o no cumplen nuestras expectativas, se genera un verdadero
problema para el hombre que se ahoga en un pozo de preocupaciones. A lo largo
de nuestra vida, nuestro pene pasa o pasará diferente dificultades en algún
momento, por ejemplo, se puede percibir que el pene no está todo lo erecto de lo
que esperamos, en alguna otra ocasión no podremos mantener la erección o bien
no se podrá lograr, otras veces se eyaculará antes de lo esperado o bien no
podremos hacerlo. Pero realmente, el problema de todo surge cuando se empieza a
ver como un problema y no como algo que entra dentro de la normalidad en la
respuesta sexual del hombre.
Si
el placer sexual y la relación sexual se centra en la penetración
(coitocentrismo), el pene y su
funcionamiento, pasa a ser el protagonista para el hombre. Al igual que las
películas americanas cuando se presenta a ese “magnifico” actor con grandes
habilidades, destrezas, conocimientos, belleza, con una fuerza visible en su
musculatura que le sirve para obtener su gran objetivo como la felicidad, la
riqueza o el amor. Nadie espera otro final, está en el guión pero si no se
cumple hay decepción, malestar, pena, angustia.
¿Cómo
hemos llegado a este reduccionismo sexual? A lo largo de nuestra vida hemos
estado recibiendo innumerable información y formación explícita e implícita.
Desde que somos bebés, el contacto con nuestra madre o padre es continuo y se
mantiene en la primera infancia: nos abrazan, nos acarician, nos besan, etc. A
medida que vamos creciendo empezamos a separarnos y los contactos físicos,
empiezan a reducirse sobre todo con nuestro grupo de iguales. En la
adolescencia y en la edad adulta las caricias, besos, abrazos se mantienen con
las personas más cercanas y queridas, pero no suele mantenerse con personas del mismo sexo desde
mucho tiempo antes por la heteronormatividad instaurada en nuestra cultura
judeocristiana. En cambio, las mujeres tienen el “permiso social”, a lo largo
de toda su vida, de estar en contacto físico con su familia y grupo de iguales.
Es muy normal ver a dos amigas abrazándose, besándose o acariciándose como
medio de afecto y amistad. En los hombres se ha reprimido estas expresiones,
sobre todo con sus iguales.
Otro
aspecto que ha influido en la genitalización de la sexualidad en el hombre, ha
sido los diferentes mensajes, ideas y
valores transmitidos por los diferentes medios de socialización, como las
películas que mencionamos anteriormente. Pero sobre todo, las películas
pornográficas que es el medio más utilizado en la pre y adolescencia para
obtener “información sexual explícita”. En
la actualidad el acceso a internet es una fuente de información que promueve
los mitos y creencias erróneas sobre la sexualidad en general y la expresión de
la misma en los hombres. La pornografía suele representar la genitalidad,
relaciones sexuales basadas en la penetración, protagonistas con cuerpos de
ensueño capaces de hacer las posturas propias de contorsionistas profesionales,
pechos firmes, penes enormes, coitos de 45 minutos, eyaculaciones
espectaculares, y en ocasiones, agresividad y violencia hacia las mujeres.
Además
del mercado de la pornografía, se encuentra la industria que se ha generado en
torno a este reduccionismo sexual. Productos para retrasar la eyaculación, para
agrandar el pene, preservativos retardantes, viagra, alimentos para la energía
sexual, todo ello dirigido al hombre, a su pene y a su rendimiento sexual. Todo
con la idea de medir la sexualidad, de cuantificarla pero a vez limitarla. Todo
vale si sirve para demostrar que si se tiene un pene grande, si se aguanta
mucho tiempo y si siempre funciona se es un “hombre de verdad”.
La
educación sexual que se realiza en los centros educativos también promueve esta
visión limitada de la sexualidad centrada en la genitalidad. Los enfoques
preventivos abordan la prevención de las infecciones de transmisión sexual y
los embarazos no deseados y centran su discurso precisamente en lo genital, en
penes, vaginas, anos y penetraciones. El modelo de educación sexual
judeocristiano entiende que la función exclusiva de la sexualidad es la reproducción.
Ambos modelos relacionan la sexualidad con lo negativo, con el miedo,
olvidándose de todas esas consecuencias positivas que la sexualidad aporta a
todas las personas.
Si se
educara en una sexualidad positiva, promoviendo la educación para el placer de
todo nuestro cuerpo y se enseñara a las personas a sentir y utilizar toda su
piel, lo más probable que hubiesen menos embarazos no deseados y quizás menos
infecciones de transmisión sexual. Sería un enfoque donde la genitalidad y la
penetración más que una obligación protocolaria en el guión de la relación
sexual fuera simplemente una forma más de dar y obtener placer
Argelio
González Rodríguez
Sexólogo
en Edusex